dissabte, de setembre 22, 2007

La comunitat de ciutadans. Apunts (i II)

La confusión de los términos en la vida social –naciones, etnias, nacionalismos– rara vez es fruto del azar. Como se ha dicho, las palabras son tanto el objeto como el instrumento de los conflictos ideológicos y políticos. Ésta es la razón por la que, voluntaria o involuntariamente, son utilizadas de manera equívoca. En la vida social y política, desde el siglo XIX, se designa a la etnia con el término «pueblo». Denominar etnia –concepto científico– al pueblo –término político– es, implícita o explícitamente, otorgarle el derecho a reivindicar la independencia política, el derecho a convertirse en nación-unidad política. Si incluso en la literatura científica se confunde a la nación con la etnia, en la era de los nacionalismos toda etnia puede reivindicar, en nombre del derecho de los pueblos a disponer de sí mismos, ser reconocida como nación-unidad política [...]. Si a menudo se asimila la nación al Estado es que todo Estado pretende ser expresión de una nación democrática. La ambigüedad del término «nación» en la vida social obedece a que está vinculado de manera necesaria al principio moderno de la legitimidad política y al fundamento del vínculo social.

Dominique Schnapper, La comunidad de los ciudadanos. Acerca de la idea moderna de nación (pp. 36, 37)


En aquest paràgraf queda palesa la trampa lògica del nacionalisme ètnic i identitari: la confusió entre ètnia i poble, la posterior igualació entre poble i nació (cultural, à là Herder), per a acabar fent correspondre nació cultural i nació política. Vet aquí el salt il·legítim que, per la insistència amb la que s'ha plantejat, ha acabat per acceptar-se com quelcom raonable. A això replica Schnapper (p. 135):

La diversidad cultural como tal no impide la creación de una nación. La superación de los enraizamientos particulares mediante una sociedad política, abstracta e impersonal no implica la supresión de estos enraizamientos; no cabe duda de que ello no es ni posible ni deseable. La ciudadanía, a diferencia de la identidad étnica, no se fundamenta en la identidad cultural. [...] La diversidad objetiva, ya sea de lenguas, religiones o culturas, no es en principio incompatible con la creación de un espacio político común. [...] La existencia de las naciones depende de la capacidad del proyecto político para resolver las rivalidades y los conflictos entre grupos sociales, religiosos, regionales o étnicos según las reglas reconocidas como legítimas.

I com es poden resoldre els conflictes entre els diferents grups existents en el si d'una societat i garantir l'existència d'una nació ciutadana? Doncs fonamentant la nació en dues exigències (p. 136):

Es preciso que los individuos admitan que existe una esfera pública unificada, independiente, al menos en sus principios, de los lazos y solidaridades religiosos, de clan y familiares y que respeten las reglas de su funcionamiento. Es preciso, además, que la igualdad de la dignidad de cada cual, que fundamenta la lógica de la nación democrática, no entre en contradicción con desigualdades de estatus en los demás dominios de la vida social, especialmente en el derecho privado.

El segon punt, que està formulat una mica enrevessadament, vol dir simplement que no totes les tradicions culturals són compatibles amb el respecte per l'Estat de dret. Això és especialment sensible en aquelles creences religioses que xoquen directament amb la filosofia de l'individu com a «ciutadà de ple dret» que inspira el principi d'igualtat política (per exemple, en sostenir una desigualtat d'estatus entre homes i dones).

Com és ben sabut, el problema sorgeix per anomenar amb el mateix terme dues concepcions de nació ben diferents, que històricament s'han associat amb el model francès, fill de la Revolució Francesa i que justificà les invasions napoleòniques, i el model alemany, sorgit de Fichte, desenvolupat pel Romanticisme i que auspicià l'expansionisme de Bismarck. Hans Kohn resumia les diferències dient que «para los alemanes la libertad estaba fundada en la historia y el particularismo y no, como en Francia, en la razón y la igualdad»; i Eric Weil qualificava al primer de «político, preocupado por la liberación del individuo, de intenciones cosmopolitas, que afirma la pluralidad de los valores aunque subordinada a la libertad de pensamiento y expresión, con raíces en una sociedad evolucionada y que vive bajo una ley libremente aceptada (al menos en principio)», mentre que el segon seria una «expresión de un sentimiento de inferioridad de grupos lingüísticos que no poseen una organización política propia, formado en el mito de un valor natural, en una prehistoria idealizante, en una "conciencia de sí" que no comporta más que derechos (siempre desconocidos por los demás), en una ideología que no está destinada a justificar una realidad sino a transformar aquella ante la que se encuentran». Duríssima –i adequada– distinció.

També vull referir-me a la menció que fa Schnapper a l'anomenat dret d'autodeterminació dels pobles, un argument que ha estat esgrimit en moltes ocasions pels nacionalistes com a fonament legal a les seves pretensions de sobirania política. Sobre aquest punt, només cal acudir a la lletra de les resolucions de Nacions Unides. Hi ha únicament tres resolucions que aborden el dret d'autodeterminació: la 1514(XV), la 1541(XV) i la 2625(XXV). La primera, del 14 de desembre de 1960, ja delimitava des del títol («Declaración sobre la concesión de la independencia a los países y pueblos coloniales») el seu abast. El seu punt segon és el que s'acostuma a invocar: «Todos los pueblos tienen el derecho de libre determinación; en virtud de este derecho, determinan libremente su condición política y persiguen libremente su desarrollo económico, social y cultural». El que no és tan freqüent trobar és una referència al punt sisè, que no deixa marge al dubte: «Todo intento encaminado a quebrantar total o parcialmente la unidad nacional y la integridad territorial de un país es incompatible con los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas». Les posteriors resolucions de Nacions Unides no van modificar aquesta posició. Així, la tercera resolució, del 24 d'octubre de 1970, en el seu apartat «El principio de la igualdad de derechos y de la libre determinación de los pueblos», afirmava: «Ninguna de las disposiciones de los párrafos precedentes se entenderá en el sentido de que autoriza o fomenta acción alguna encaminada a quebrantar o menoscabar, total o parcialmente, la integridad territorial de Estados soberanos e independientes que se conduzcan de conformidad con el principio de igualdad de derechos y de la libre determinación de los pueblos antes descrito y estén, por tanto, dotados de un gobierno que represente a la totalidad del pueblo perteneciente al territorio, sin distinción por motivos de raza, credo o color». Diàfan.

I per concloure, notar quelcom al que ja m'he referit infinitat de vegades: la importància del llenguatge en el debat polític i com aquest no és utilitzat de forma innocent. No vull repetir-me; qualsevol interessat pot acudir als anàlisis sobre el llenguatge dels nacionalistes catalans i bascos.